"A fines del siglo pasado, un pueblo, en la Polinesia,
quedó arrasado por la lava desprendida de un volcán
en erupción. Fue borrado de los mapas desde entonces,
como si hubiera sido una ilusión óptica, un espejismo
construido por los viajeros durante la travesía
para soportar la soledad, y después devolverlo
a su origen de sueño. Un solo sobreviviente, dijeron
las noticias. De todo el pueblo, los hombres,
las mujeres, las familias, no quedó más
que un joven trabajador de las minas de carbón,
encerrado en una cueva pequeña como una celda,
en el corazón tembloroso de la tierra. Se tardan años
-decías- en diseñar la particularidad
de nuestra herida. Una ciudad crece durante días y días
en un lugar, crea sus mitos, sus pasiones,
arduamente consigue lo imposible: mantenerse igual
a sí misma. Un cambio inesperado
en la dirección de los vientos,
un movimiento comenzado hace décadas
dentro del vientre del volcán, la convierten
en un valle desierto por donde cruzan los pájaros
en su vuelo hacia el este. Años más tarde,
alguien construirá sobre las ruinas los cimientos
de otras cosas, un pueblo entero cuya cartografía
seguirá el dibujo escondido del río de lava
subterráneo. Tenías razón: no hay olvido.
La memoria del daño, como la memoria del placer,
nunca termina. Si dos sobrevivientes
volvieran a encontrarse en la calle, por azar,
evacuado hace ya mucho tiempo el escenario
del desastre, se reconocerían al instante.
Como ese minero solitario en su refugio, yo
te espero. En silencio, pero muriendo de deseos
de decir: estoy aquí."
Claudia Masin, La vista, Visor, España, 2002.
imagen: paula aramburu
quedó arrasado por la lava desprendida de un volcán
en erupción. Fue borrado de los mapas desde entonces,
como si hubiera sido una ilusión óptica, un espejismo
construido por los viajeros durante la travesía
para soportar la soledad, y después devolverlo
a su origen de sueño. Un solo sobreviviente, dijeron
las noticias. De todo el pueblo, los hombres,
las mujeres, las familias, no quedó más
que un joven trabajador de las minas de carbón,
encerrado en una cueva pequeña como una celda,
en el corazón tembloroso de la tierra. Se tardan años
-decías- en diseñar la particularidad
de nuestra herida. Una ciudad crece durante días y días
en un lugar, crea sus mitos, sus pasiones,
arduamente consigue lo imposible: mantenerse igual
a sí misma. Un cambio inesperado
en la dirección de los vientos,
un movimiento comenzado hace décadas
dentro del vientre del volcán, la convierten
en un valle desierto por donde cruzan los pájaros
en su vuelo hacia el este. Años más tarde,
alguien construirá sobre las ruinas los cimientos
de otras cosas, un pueblo entero cuya cartografía
seguirá el dibujo escondido del río de lava
subterráneo. Tenías razón: no hay olvido.
La memoria del daño, como la memoria del placer,
nunca termina. Si dos sobrevivientes
volvieran a encontrarse en la calle, por azar,
evacuado hace ya mucho tiempo el escenario
del desastre, se reconocerían al instante.
Como ese minero solitario en su refugio, yo
te espero. En silencio, pero muriendo de deseos
de decir: estoy aquí."
Claudia Masin, La vista, Visor, España, 2002.
imagen: paula aramburu
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