domingo, 7 de julio de 2013

la nieta del sr. linh - philippe claudel

"Nada le resulta familiar. Es como si hubiera venido al mundo por segunda vez. Pasan coches que nunca ha visto, en un número incalculable, como un fluido y ordenado ballet. En las aceras, los hombres y las mujeres andan muy deprisa, como si les fuera la vida en ello. Nadie lleva harapos. Nadie pide. Nadie mira a nadie.  (...) Mirar todo eso le da vértigo. Recuerda su aldea como se recuerda algo que se ha soñado sin saber a ciencia cierta si era un sueño o una realidad desaparecida.
   La aldea no tenía más que una calle. Sólo una, y de tierra batida. Cuando caía la lluvia, violenta y perpendicular, la calle se convertía en un impetuoso torrente en el que los niños correteaban desnudos. Cuando estaba seca, los cerdos dormían y se revolcaban en el polvo, y los perros se   perseguían ladrando. En la aldea se conocía todo le mundo, y todo el  mundo se saludaba. En total eran doce familias, y cada una se sabía la historia de las demás, los nombres de los primos, los abuelos, los antepasados, y estaba al corriente de los bienes que poseían unos y otros. El pueblo, en suma, era como una gran y única familia distribuida en casas erigidas sobre postes, entre los que gallinas y patos picoteaban el suelo y cacareaban. El anciano repara en que, cuando habla de la aldea consigo mismo, lo hace en pasado. Y siente una punzada en el corazón."

Philippe Claudel, La nieta del Sr. Linh, Letras de bolsillo, Madrid, 2010. 

1 comentario:

  1. El pasado retorna siempre.
    Se repite, a veces aparece inmóvil, inesperado y presente a la vez. Se conjuga mezclándose con el vértigo en una fugacidad que transporta sus imágenes para todos lados y, también, hacia ninguna parte.
    El vértigo y el pasado coagulan, son el amasijo perfecto, una sombra difusa que descubre la silueta de nuestros deseos más inconscientes con señales irreversibles.
    En el medio, la ruta de los años se levanta como un trayecto de destino previsible, un camino apenas decorado con el brillo del tiempo y al que los recuerdos iluminan desde las hojas de los almanaques.
    Entonces surge la memoria, tan sabia, tan despojada de horas y relojes, que camina sobre nuestros pasos y los guarda sin siquiera preguntar, los convierte en una sucesión de rastros con las huellas en retroceso.
    Es un rayo misterioso, o divino, o quizás la visión de otra vida donde el cuerpo de un recuerdo se nos muestra definitivo, y aparece en un segundo tan breve y exacto que la precisión de su contundencia es suficiente para confirmar de dónde venimos y hacia dónde vamos.
    Y eso, en ocasión de algunos insomnios, duele demasiado.

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