"Qué hacía la madre en ese tren, lo había olvidado. Pero a ese amor no todavía, había dicho, no del todo todavía, hasta su muerte, no por completo, decía, aquella quemadura en el corazón la tendría cada vez que alcanzara ese recuerdo, porque la tenía ahí, en el cuerpo.
La madre estaba ya en el tren cuando aquel hombre subió. Se habían amado lo que duró el viaje. Ella tenía diecisiete años. Era entonces tan hermosa como Jeanne, decía. Se habían dicho que se amaban. Habían llorado juntos. Él la había recostado en su abrigo. El compartimento había permanecido vacío, ningún pasajero había entrado. Sus cuerpos no se separaron en toda la noche.
La madre había hablado de aquel viaje al volver de los bares de Vitry. Durtante meses, más aún, durante años, esperó volver a encontrar a ese hombre del tren. Pensaba todavía en esa espera como algo que formaba parte de la felicidad que había conocido con él. Aquella noche se había instalado como algo resplandeciente, inigualable en su vida. Ese amor había sido tan fuerte que todavía la hacía estremecer aquella noche, en Vitry."
Marguerite Duras, La lluvia de verano, Cuenco de Plata, Bs.As., 2012.
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