"Hoy querría estar sola en el mar: cómoda en el agua, dejándose ir, sin que nadie la llame desde la costa, sin salvatajes espectaculares. Simplemente con el agua, con el mar violento que añora porque lo necesita cada vez más. En esas vacaciones desaparecían los horarios o se modificaban tan radicalmente que el ritrmo que marcaban era casi suyo. No se almorzaba a la una sino a las tres; no se comía a las nueve sino a las once. El pueblo al borde del mar era entonces casi un pueblo de campo, con algunas calles asfaltadas, con muchas diagonales que partían de una plaza central invariablemente seca, decoradas con palmeras y un general de bronce: era un puñado de manzanas que de pronto se disolvía en quintas y potreros. (...) No es del todo verdad que necesite de recintos estancos como el cuarto en que vive, como el cuarto de baño en el que de chica se fabricaba una existencia, para imaginar: suelta en el mar, urdía fantasías igualmente satisfactorias. Habría querido, aunque fuera una única vez, volver al mar por la tarde, sola, quedarse en el agua hasta sentirse entumecida y totalmente entregada a las olas. Entonces se habría dejado llevar sin miedo, a una hora en que ya no había bañeros ni figuras maternales que se agitaban en la playa, y se habría dormido lejos, muy lejos de la costa, sintiéndose segura."
Silvia Molloy, en breve cárcel, Fondo de Cultura Económica, Bs. As., 2012.