domingo, 13 de mayo de 2012

los enamorados - alfred hayes



"Lo único que sabía era que, al irse, se había llevado algo que me mantenía entero, una imagen necesaria de mí mismo, algo sin lo cual corría peligro de desplomarme; y fuera lo que fuera, vanidad indispensable, idea irremplazable de mi propia vulnerabilidad, se había ido y solo ella podía devolvérmelo, o eso creía. Porque sin eso me sentía empobrecido, vaciado, misteriosamente herido; entre el mundo y yo no quedaba nada. Y ahora más que nunca, mientras pasaban las semanas, parecía haberla perdido para siempre. Mi cobardía, mi renuencia a dejarme ver, mi ironía perpetua, en dos palabras yo mismo, tal como los años me habían formado, la había perdido. Qué intolerable me resultaba ahora el peso de mi propio ser. Qué castigo tan sutil había ideado la vida. Me sentía como si mi dolor me hubiera arrinconado en una habitación y yo estuviera solo con él, un animal inevitable. Era una experiencia aterradora encontrarse indefenso, y haber quedado indefenso a causa de aquello contra lo que uno no tenía ninguna defensa. Pero cuando sufrimos lo suficiente terminamos por creer que siempre sufrimos, y que nunca fue de otra manera, y al final logramos una especie de simulacro de salud. La simplicidad de la repetición hace que el sufrimiento que se soporta durante mucho tiempo al final parezca menos intenso; por más lisiados que estemos, aprendemos a movernos bastante bien, y un extraño apenas notaría las secuerlas que dejó la enfermedad."

 Alfred Hayes, Los enamorados, La Bestia Equilátera, Buenos Aires, agosto 2011.

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