"Las mariposas alzan el vuelo desde las vides y bailan por encima del patio.
Cazamos mariposas de la col con venas quebradizas en las alas. Esperamos oír sus gritos cuando las atravesamos con un alfiler, pero no tienen huesos en el cuerpo, son livianas y sólo pueden volar, y eso no basta cuando es verano en todas partes.
Aletean en el alfiler hasta que mueren.
En dialecto suaba se llama "carroña", Luder, al cadáver de un animal. Una mariposa no puede ser carroña. Se consume sin podrirse.
Moscas en la jofaina, ruido loco y ahogado de ventiladores en el cubo de leche agria. Moscas sobre la superficie gris del agua jabonosa en la jofaina. Ojos hinchados, lengüeta estirada que pincha el agua, patitas finísimas que se agitan rabiosamente.
Pronto llega el último temblor y el bicho se queda en la superficie, cada vez más liviano de pura muerte.
Por cada mariposa se me pegan dos gotas de sangre bajo las uñas de los dedos. La cabeza cercenada de la mosca cae de mi mano al suelo como semilla de mala hierba.
El abuelo nos dejaba jugar.
Sólo hay que dejar vivir a las golondrinas, son animales útiles, decía. Y usaba la palabra "dañino" para las mariposas de col, y "carroña" para los innumerables perros muertos.
Las orugas, que en realidad son mariposas, salen de sus crisálidas. Crisálidas pegadas a las estacas de las vides; algodón ciego.
Y de dónde llegó la primera mariposa, abuelo?"
Herta Müller, En tierras bajas, Punto de lectura, Bs. As., 2010.
Imagen: rébecca dautremer
Imagen: rébecca dautremer
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