"Recién iniciada en la dulzura de la comunicación, cualquier obstáculo le pareció infranquable, como si a ella le hubiese sido entregado el milagro de la savia que alimenta la planta y ella entonces dijese: imposible. No sabía que ciertas cosas se hacen solas o sino nunca se hacen. (...) De repente ella tuvo miedo de lo que nunca sabría de sí. Porque en su carne ella comprendía en silencio que la noche de lluvia había sido más que una pesadilla; que la noche del domingo había sido la oscura abertura a un mundo del que apenas adivinamos la primera alegría, y sabía que una persona muere sin saber, y que había infiernos a los que ella no había bajado, y maneras de tomar que la mano todavía no había adivinado, y maneras de ser que con gran coraje ignoramos."
Clarice Lispector, La manzana en la oscuridad, Ediciones Siruela, Madrid, 2003.
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